San Agustín de Hipona
Obispo y doctor de la Iglesia
“Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”
San Agustín es el Padre más grande de la Iglesia latina, puente entre la antigüedad clásica y la cultura cristiana. Apasionado por el hombre y la búsqueda de la Verdad. Hombre de altísima
inteligencia, de fe, de pasión y de incansable solicitud pastoral. Nació en Tagaste (África) el 13
de noviembre del 354. Hijo de Patricio, pagano que luego fue catecúmeno, y de Mónica, cristiana
fervorosa.
Esta mujer venerada como santa, ejerció en su hijo una gran influencia y lo educó en la fe cristiana. Él recibió la sal, como signo de la acogida en el catecumenado y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo. Amó a Jesús, pero se alejó de la fe y práctica eclesiales. Tuvo un hermano, Navigio y una hermana, la cual al enviudar fue superiora de un monasterio.
El, recibió una buena educación; estudió gramática, en Tagaste y desde el año 370, retórica en Cartago; dominaba perfectamente el latín. Durante su juventud, se entregó a una vida libertina, convivió con una mujer durante 14 años y tuvieron un hijo llamado Adeodato. En Cartago san Agustín leyó por primera vez el Hortensius, (de Cicerón) texto que le despertó amor por la Sabiduría. Se convenció que sin Jesús no se puede decir que encontró la Verdad y como este nombre no aparecía en él, terminó de leerlo.
Luego cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo se divide en dos principios: el bien y el mal. Le atrajo la moral dualista ofrecida por ellos y creyó que en el maniqueísmo había encontrado la síntesis entre razón, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo.
Como no fue así, se alejó de la secta, viajó a Roma y luego a Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, Obispo de la ciudad. Cogió la costumbre de escuchar, las bellísimas predicaciones de San Ambrosio, se fascinó de sus palabras, por su retórica y porque le tocaron el corazón. Al escucharlo, cambió la opinión que tenía sobre la Iglesia, la imagen de Dios y la fe. Comprendió que el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. Un día, estaba en un jardín, (vivía una crisis existencial), escuchó la voz de un niño que le decía: “Toma y lee; toma y lee». Abrió al azar una página de la biblia que tenía al lado y era el capítulo 13,13-14 de la carta de San Pablo a los romanos que decía: “Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos. Revestíos del Señor Jesucristo y no os preocupéis por los deseos del instinto”.
La lectura marcó su conversión y desde ese momento resolvió permanecer casto y entregar su vida a Cristo. Su conversión no fue repentina, sino un camino. Buscó afanosamente a Cristo, la filosofía de Platón y leer a San Pablo, lo acercó más a Jesús. La pasión por el hombre y la Verdad lo llevó a buscar a Dios, grande e inaccesible. La fe lo llevó a comprender que Dios, no estaba tan lejos, decía: “Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y fuera te buscaba, estabas conmigo, pero yo no estaba contigo”. Agregaba ”Tarde te amé oh, Hermosura siempre antigua, siempre nueva, tarde yo te amé”.
La conversión: El 15 de agosto del 386 le llegó luego de un largo y agitado camino interior. Se trasladó al campo, norte de Milán, al pie del lago de Como, con su madre Mónica, su hijo Adeodato y un pequeño grupo de amigos, para así prepararse al bautismo. Tenía 32 años y fue bautizado por san Ambrosio, el 24 de abril 24 del 387. En la Vigilia pascual, (Catedral de Milán). Con el deseo de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi 3 años sirviendo a Dios en un estilo de vida ascética: ayuno, oración y buenas obras.
En Hipona, un día asistió a la Eucaristía, el obispo Valerio, enterado de su conversión y santidad, pidió le ayudase. Es ordenado sacerdote en el año 391y se quedó allí predicando y administrando los sacramentos. Cinco años después se le consagró obispo de Hipona, dirigió la diócesis por 34 años. Utilizó sus dotes intelectuales y espirituales para atender a las necesidades de su rebaño. Combatió las herejías, debatió contra las corrientes contrarias a la fe. Acudió a varios consejos de obispos en África. Fue caritativo en grado sumo con los pobres. Llegó a fundir los vasos sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que vestir a los necesitados de cada parroquia.
San Agustín escritor fecundo, dejó numerosas homilías, cartas, sermones. Obra muy famosa, las “Confesiones” autobiografía escrita para alabanza de Dios, en forma de diálogo con él, apunta a la interioridad, al misterio de Dios, al misterio del yo. Obra de renombre “La Ciudad de Dios” (Teológica) habla de la ciudad terrenal volcada al egoísmo y la ciudad de Dios, que se realiza en el amor a Dios, y práctica de las virtudes (caridad y Justicia).En el año 430, enfermó y murió el 28 de agosto. Enterrado en Hipona, pero luego sus restos fueron trasladados a Pavía.
Este gran Santo es uno de los 36 doctores de la Iglesia y es patrón de «los que buscan a Dios”;
Para Benedicto XVI, San Agustín ha sido un “buen compañero de viaje” en su vida y ministerio.
En agosto del 2013, el Papa Francisco, se refirió al santo como un hombre que “comete errores,
toma caminos equivocados, es un pecador, pero busca la verdad y descubre que Dios le esperaba, que jamás había dejado de buscarle primero Él”.
Enseñanza para la vida:
Todos somos pecadores pero a pesar de nuestros pecados, por graves que sean, Dios, siempre busca nuestra conversión, nos perdona si nos arrepentimos de corazón, Él no deja de amarnos.
Escucha el relato del santo del día