Medita con las lecturas y la reflexión del Santo Evangelio de hoy 29 marzo 2024
Escucha el Evangelio del día 29 marzo
Primera lectura del día de hoy
Lectura del libro del profeta Isaías (52, 13—53, 12)
He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en alto. Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro. Ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán lo que nunca se habían imaginado. ¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se
le revelará el poder del Señor? Creció en su presencia como planta débil, como una raíz en
el desierto. No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente; despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado. El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. El soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados. Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo, le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado entre los malhechores, cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Salmo del día de hoy
Salmo Responsorial Salmo 30
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo,
que no quede yo nunca
defraudado.
En tus manos encomiendo
mi espíritu
y tú, mi Dios leal, me librarás.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Se burlan de mí mis enemigos,
mis vecinos y parientes
de mí se espantan,
los que me ven pasar
huyen de mí. Estoy en el olvido,
como un muerto,
como un objeto tirado
en la basura.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Pero yo, Señor, en ti confío.
Tú eres mi Dios,
y en tus manos está mi destino.
Líbrame de los enemigos
que me persiguen.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Vuelve, Señor,
tus ojos a tu siervo
y sálvame, por tu misericordia.
Sean fuertes
y valientes de corazón,
ustedes, los que esperan
en el Señor.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Segunda lectura del día de hoy
Lectura de la carta a los hebreos (4, 14-16; 5, 7-9)
Hermanos: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo. Mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea
capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.
Acerquémonos, por tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia,
hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.
Precisamente por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con
fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por
su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su
perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio del día de hoy
Aclamación antes del Evangelio Honor y gloria a ti,
Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre.
Honor y gloria a ti,
Señor Jesús.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según San Juan (18, 1—19, 42)
Apresaron a Jesús y lo ataron
C. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había
un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque
Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de
los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que
iba a suceder, se adelantó y les dijo:
†. “¿A quién buscan?”
C. Le contestaron:
S. “A Jesús, el nazareno”.
C. Les dijo Jesús:
†. “Yo soy”.
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron
a tierra. Jesús les volvió a preguntar:
†. “¿A quién buscan?”
C. Ellos dijeron:
S. “A Jesús, el nazareno”.
C. Jesús contestó:
†. “Les he dicho que soy yo.
Si me buscan a mí, dejen que
éstos se vayan”.
C. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo
sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a
Pedro:
†. “Mete la espada en la vaina.
¿No voy a beber el cáliz que me
ha dado mi Padre?”
C. El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y
lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año.
Caifás era el que había dado a los judíos este consejo:
‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’. Simón Pedro y otro discípulo
iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en
el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el
otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La
portera dijo entonces a Pedro:
S. “¿No eres tú también uno de
los discípulos de ese hombre?”
C. El dijo:
S. “No lo soy”.
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se
calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:
†. “Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y
en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me
interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo
que he dicho”.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole:
S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?”
C. Jesús le respondió:
†. “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se
debe, ¿por qué me pegas?”
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
¿No eres tú también uno de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”
C. El lo negó diciendo:
S. “No lo soy”.
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había
cortado la oreja, le dijo:
S. “¿Qué no te vi yo con él en
el huerto?”
C. Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
¿De qué acusan a este hombre?
Mi Reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron
en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:
S. “¿De qué acusan a este hombre?”
C. Le contestaron:
S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”.
C. Pilato les dijo:
S. “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”.
C. Los judíos le respondieron:
S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”.
C. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
C. Jesús le contestó:
†. “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”
C. Pilato le respondió:
S. “¿Acaso soy yo judío?
Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a
mí. ¿Qué es lo que has hecho?”
C. Jesús le contestó:
†. “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores
habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de
aquí”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Conque tú eres rey?”
C. Jesús le contestó:
†. “Tú lo has dicho. Soy rey.
Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Y qué es la verdad?”
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les
dijo:
S. “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua
ponga en libertad a un preso.
¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”
C. Pero todos ellos gritaron:
S. “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!”
C. (El tal Barrabás era un
bandido).
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona
de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y
acercándose a él, le decían:
S. “¡Viva el rey de los judíos!”,
C. y le daban de bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”.
C. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.
Pilato les dijo:
S. “Aquí está el hombre”.
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron:
S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”.
C. Los judíos le contestaron:
S. “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de
Dios”.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio,
dijo a Jesús:
S. “¿De dónde eres tú?”
C. Pero Jesús no le respondió.
Pilato le dijo entonces:
S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para
crucificarte?”
C. Jesús le contestó:
†. “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por
eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.
C. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los
judíos gritaban:
S. “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es
enemigo del César”.
C. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que
llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata).
Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. “Aquí tienen a su rey”.
C. Ellos gritaron:
S. “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “¿A su rey voy a crucificar?”
C. Contestaron los sumos
sacerdotes:
S. “No tenemos más rey que el
César”.
C. Entonces se lo entregó para
que lo crucificaran.
C. Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado “la
Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de
cada lado, y en medio Jesús.
Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús nazareno, el rey de los judíos’.
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y
estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S. “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Soy rey de los judíos’ ”.
C. Pilato les contestó:
S. “Lo escrito, escrito está”. Se repartieron mi ropa
C. Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo.
Por eso se dijeron:
S. “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca”.
C. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.
Ahí está tu hijo – Ahí está tu madre C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana
de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al
discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre:
†. “Mujer, ahí está tu hijo”.
C. Luego dijo al discípulo: †. “Ahí está tu madre”.
C. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Inclinando la cabeza, entregó el espíritu Todo está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se
cumpliera la Escritura dijo:
†. “Tengo sed”.
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo:
†. “Todo está cumplido”,
C. e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
Inmediatamente salió sangre y agua
C. Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los
ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las
piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura:
No le quebrarán ningún hueso;
y en otro lugar la Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron.
Vendaron el cuerpo de Jesús y lo perfumaron Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de
Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una
mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía.
Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.